Artista
Ricardo León Cordero
Fecha
del 09/01/2020 al 30/01/2020
Comisario
David Trullo
Lugar
Factoría de Arte y Desarrollo,
Calle Valverde, 23. 28004 – Madrid
Lo cursi es la birria que no es birria. Lo cursi que vale emperifolla a la belleza pero muestra de tal modo el encanto de su desnudez que con sus gitanerías le da más sabor que el que pueda tener jamás una sobria elegante. Lo cursi aparece como decadente – no me gusta en arte pronunciar esa palabra porque a veces es mote de lo superior- y por lo tanto tiene toda la fragilidad de lo que está ‘delicado’.
Ramón Gómez de la Serna, Lo Cursi, una teoría personal del arte, 1934
¿Por qué prefieren los Gremlins a los Ghoulies? ¿Por qué ‘Hello Again’ de los Cars es un referente y no otro estúpido videoclip de los 80? ¿Karaoke o Playback? ¿VHS o Beta? ¿Por qué nos obligan a elegir?
Cuando Ricardo León (Málaga, 1993) nació, ya éramos profundamente posmodernos desde hacía tiempo. Lógico que su canon sea esa época, como el nuestro fuera el de las vanguardias, el postromanticismo, o cualquier otro.
No es casualidad que sus referentes elegidos vengan de ese momento infame, de donde pensábamos que no se podía sacar nada. La peor serie B, la televisión más cutre, el diseño menos favorecedor. Ricardo escoge esos productos sin solución, aquellos que nadie se atreve a tocar, aquellos que nos sonrojan y preferimos olvidar, pero que nos han construido más de lo que estamos dispuestos a confesar. Es de agradecer, sin embargo, que su intención no sea el pastiche descreído de muchos artistas, o la conversión salvífica y perversa de la baja cultura en alta culture en la que otros insisten.
Sólo hay que echar un vistazo a su trabajado look y a su página web para entender por dónde van los tiros: esa fascinación por lo ochentero, el subgénero, la iconografía de teletienda y cafetería, no son sino la ‘inocencia’ del camp inmediatamente anterior a la era digital, los estertores del último rococó, el kitsch verdadero y orgulloso.
Y es que no hay homenaje, ni crítica, ni nostalgia. No hay una pretensión narrativa, ni de desmitificación. Sí está lo etéreo a pesar de la niebla, la belleza que reconocemos en las cintas de cassette arrojadas al contenedor.
Tenemos el privilegio de presentar, por primera vez en Madrid, la instalación de Ricardo León ‘Miss Torremolinos Beach 1986’ en nuestro espacio expositivo de Madrid del 9 al 31 de enero de 2020, y esperamos que se añada a la colección de otros grandes títulos del autor como ‘Zorras del Infierno’, ‘Machirulo’s Night’, ‘Lulú (Street vigilante)’, ‘Cruising Boulevard’ o ‘Raimunda Dominatrix’.
La instalación surge del proyecto audiovisual «The Gift, 1986» (2018), donde se trata, a través de la apropiación de medios y lenguajes de la cultura de los 1980’s – como el cine de serie B, la televisión de medianoche, líneas eróticas, el vídeoclub o la ‘Arquitectura del Relax’ de la Costa del Sol, entre otros muchos – la deconstrucción de un relato de forma espacial, articulado a través de la alegoría, y que se manifiesta de manera fragmentada.
David Trullo
Comisario
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WALK ON THE WILD GIFT
por Carlos Miranda
Bienvenido, querido espectador, al esperado estreno de The Gift 1986, una exposición individual de Ricardo León (Málaga, 1993). Este proyecto, coproducido por la Facultad de Bellas Artes de Málaga junto al MaF 2018 (Málaga de Festival – Festival de Cine de Málaga), nos pone al fin en escena una voz muy propia cuyos ecos y rumores llevaban tiempo circulando por los círculos y cenáculos más inquietos de las nuevas generaciones de artistas y otras especies de pirómanos mentales de Málaga y Sevilla. The Gift, 1986 es un desenfrenado relato negro que se despliega en un cruce disciplinar que lleva el ámbito de la narración audiovisual a su desarrollo espacial en la sala expositiva mediante una gran instalación multimedia, de tal forma que la historia que nos presenta (a partir de un filme original de Ricardo León de 30 minutos) se muestra a modo de apariciones fragmentarias que adoptan la escultura, el objet trouvé o la pintura para recontextualizar el vídeo, el cine y la TV.
Nuestro autor nos sumerge así en un mundo marcadamente “ochentero” que toma la Costa del Sol y su particular estética del relax como escenario de un muy particular thriller-slasher, en el que viene a sublimar una memoria traumática mediante la irreverencia de ese humor tan macabro como naif que lo caracteriza, para situarse en la producción de un lenguaje de la ironía respecto a la pulsión de sexo y muerte que, con reconocida alevosía, se remite a eso que Zizek denominase como “lo ridículo sublime”.
Con ello, León consigue forjar un interesantísimo discurso que no oculta su proceso de producción, y que, así, nos permite intuir que aquí el relato se ha generado desde una arriesgada, lúcida y muy lúdica relación con la multiplicidad de referentes culturales que habitan el imaginario del autor y su tan curioso mundo, desde la cultura de los primeros videoclubs, el cine turco, la inocencia estética de la violencia blockbuster de los 80s, la serie B, los fumetti neri o la iconografía de los carteles de la época, a las emisiones eróticas televisivas de madrugada, la poética psicológica de David Lynch, el ambient funk de las terrazas de verano, la “Rata de Antequera” de Paco Clavel, la arquitectura del relax, o las instalaciones de los Kabakov, entre los otros muchos luminosos detritus y referencias cultas que en The Gift se conjugan.
Estamos ante un proyecto expositivo que nos revela la radical originalidad de una personalidad autorial distinguida por el desenfadado eclecticismo desde el cual trata oscuras zonas del subconsciente, para hacerlas agudamente visibles y risibles a través de la tan extraña sinfonía de citas, apropiaciones y desplazamientos que componen esta meta-película espacial: sin duda, un acontecimiento estético que destila inteligencias –plástica, narrativa, retórica y poética- verdaderamente distintas en el horizonte artístico de nuestro presente.
Así, Ricardo León se nos presenta ahora como un creador polifacético y heterodoxo que asume el riesgo de atender a sus variadas querencias culturales -muchas de ellas claramente ajenas a los cánones de la “academia contemporánea”- desde el reto de hacerlas plausibles y narrativamente coherentes en su articulación como cosmos artístico. Y, con creces, se supera a sí mismo en esta empresa: sorprende que la diferencia, contundencia y preclara seguridad de su discurso coincida con este su “neonatismo” artístico, un regalo envenenado que es sin duda toda una promesa de perversa felicidad para sus ya numerosos fans.
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HERENCIA, NO VINTAGE
por Miguel Gómez Losada
Ricardo trabaja con admiración a los maestros, que es la forma natural en el arte, ser relevo; esto es, la herencia, el traspaso de conocimiento: la cultura. Pero sus maestros no son contemporáneos, parece no interesarle demasiado las claves de la modernidad, que sobreentiende porque él ya va en la punta del tiempo: vive y trabaja hoy. Así, poner énfasis en parecer actual sería redundante. Tampoco se afana por encontrar un estilo para ser reconocido por el público, pues sería éste quien hiciera la obra, y no él. Ricardo pertenece a una saga, su fuente principal es el funk, movimiento con rasgo diferencial norteamericano que no se puede entender sin la represión racial, y sin la música como ejercicio de confianza para reparar la autoestima, actitud alegre que ha identificado lo negro hasta hoy.
Su comportamiento no es revisionista, está lejos de una simple recuperación a la moda; se trata de una imbricación por afecto, que es lo normal entre los buenos artistas: Picasso releva a Toulouse-Lautrec porque le admira, Peter Doig a Munch, o Tal R a Matisse. Ricardo toma la vasta imaginería funk y la sucede. ¿Y en qué consiste esta sucesión? En dar de sí para no rebajar la excelencia que nos viene dada, en no querer decepcionar al maestro, en prolongar su mérito. De ese esfuerzo, y no de los resultados, nace la personalidad, desarrollando el artista su propia musculación. Es por esto que Ricardo es un artista de raza. Cada obra nueva llevaría en la tripa a la anterior, en una suerte de consecución de excelencias, siendo el arte no el reflejo de su tiempo, sino la manera de superarlo. Es por ello que el arte racial de hoy tiene el respaldo del gran tiempo y del que ha de venir; ¿acaso el arte no es un ejercicio de resistencia a la muerte?
Pues sí, Ricardo León (Málaga, 1993) es negro, le interesa la teatralidad de los ochenta a través de sus fetiches: videojuegos, cómics, discos de vinilo, cintas de vídeo y el videoclub en sí, pero entendiendo esa atractiva cacharrería folk por el magma que deja, por el mensaje que interesa ser entregado de la vida tal cual. Curiosamente aquel esplendor al estilo Florida (estoy pensando en Corrupción en Miami) tuvo correspondencia en nuestra Costa del Sol: avenidas con el mar, las palmeras en el crepúsculo, los hoteles y las discotecas. De esta manera continúa sin impostación esta cultura vernácula.
Lo vintage oculta las fuentes, la herencia se enorgullece de ellas. Esto se ve por ejemplo en los agradecimientos de los raperos a los cantantes de soul como forma natural de eslabonar el arte. Trabajar con la herencia de los maestros conlleva un grado de integridad y un comportamiento ético que no posee aquel que acude lo vintage, donde no se necesita mostrar respeto al artista que se recupera. Tampoco el apropiacionismo, a pesar del consenso de la comunidad artística no racializada por normalizar esta conducta que ve bien coger sin agradecer, imposibilitando así el hilo. La cultura afroamericana está lejos del postmodernismo europeo, del individualismo sin retorno y de la estética de la desesperanza. Es lo contrario, lo negro va de ida, no de vuelta, cree en un mundo mejor, y es la alegría, no la ingenuidad, su práctica.
Ricardo es un artista culto, sin duda, pero se nutre a extramuros de la cultura homologada, de aquella universitable en España, y lo hace sin rencor, por querencia, actitud que le otorga distinción y un enorme valor como artista. The Gift, 1986 está en línea con el cine americano outsider de los ochenta, también con los videoclips de los slow jams, y aunque a primera vista predomine la atmósfera de preámbulo de peli porno, de los peep show y de la teletienda erótica, se trata de una obra poética, pues la sexualidad es tratada como creación artística. Toda su factura es anterior a lo digital y a internet, pues Ricardo sabe que en el modo de hacer la obra, más que en el guión o concepto, está la capacidad de evocar el mundo que le apasiona para expresarse a través; esto es, generar una atmósfera.