Maltratado, vejado y repudiado por sus padres, Laurent dejó su Francia natal para refugiarse en Madrid. Siendo todavía un joven ingenuo a quien el destino tan solo ofreció el transformismo como precario medio de subsistencia. Hospedado en una lúgubre pensión del tenebroso barrio de Chueca, con un nombre falso, en los años ochenta consiguió hacerse un hueco en la escena del ambiente gay madrileño y entre plumas y lentejuelas se juró a sí mismo que nunca volvería a pasar hambre. Poco a poco fue codeándose con personajes más principales de la farándula y de la noche, de la escena y de la aristocracia, del arte y de los negocios. Hoy, afincado nuevamente en París, y dedicado por completo a la producción artística, no olvida sus principios a la luz de rojos faroles y nos visita con nostalgia, mostrando su lado más sórdido como en una especie de catarsis.