Artista
Guillermo Martín Bermejo
Fechas
12/01/2017 – 23/01/2017
Inauguración
12/01/2017 – 20:00 h
Lugar
Factoría de Arte y Desarrollo,
Calle Valverde, 23. 28004 – Madrid
“No eres mi redentor, ni mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.”
“Ya nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;”
Juan Ramón Jiménez
La trasparencia, dios, la trasparencia
EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
Hemos crecido huérfanos de dios. La idea que teníamos de dios se había ido vaciando de sentido y de forma hasta que el siglo XX lo mató sangrientamente y el siglo XXI lo reemplazó con algo mucho más poderoso que dios: la banalidad. El odio hacia lo poético de la idea de dios llevó al hombre hacia una oscuridad espiritual total. Una pobreza y un desamparo brutales. Como esa Juventud sin Dios, esos niños de Odon von Horvath, que no son peces. Y su mirada ya no es desprecio, sino odio. “Ahorran luz, porque no tienen luz”.
¿Cómo entonces, hoy en día, puedo tener una necesidad de dios? Me he acercado al dios que más conozco y el que más me intriga y me fascina. Ese dios que se hizo hombre, un dios que quiso probar en su propia piel todo lo que un ser humano siente. ¿Un dios suicida?
La lectura de los evangelios, y sobre todo del Evangelio según San Juan, que es, a mi parecer el más bello, más poético y personal de todos ellos, me ha llevado a querer acercarme a esa historia tantas veces contada e imaginada por todos los artistas occidentales a lo largo de los siglos.
¿Cómo entonces hacerlo sin caer en lo ya hecho, sin caer en esa imaginería tan potente, tan perfecta, tan bella?
Tiene San Juan uno de los más bellos pasajes de todos los evangelios. Dentro de los Discursos de despedida, La oración de Jesús (Juan 17) es un monólogo bellísimo de petición, de amparo, de amor hacia su padre y hacia sus amigos, aquellos que no pertenecen al mundo, como tampoco él pertenece. Es una despedida melancólica. Melancolía de la carne que va hacia el dios de nuevo: “Ya no estaré más en el mundo; pero ellos continúan en el mundo mientras me voy a ti.” (Juan 17, 11) clama Jesús ante el silencio de la noche. Ese dios nos deja solos después de habernos amado. Nos abandona en un mundo al que no pertenecemos tampoco, pero que no nos queda más remedio que seguir en él.
Es un dios que se ha hecho hombre, no para salvarnos del pecado, como siempre se nos ha dicho desde la cristiandad, sino, como dice Rafael Argullol, por una necesidad de sentir todo lo que un ser humano siente: dolor, amor, placer. Jesús sabe que: “Solo la muerte humana de un dios perturbaría definitivamente el orden de las cosas. El velo del mundo quedaría rasgado; el pecho de los hombres, conmovido; y tú mismo, el dios suicida, se vería al fin aliviado de la terrible monotonía de una errancia meramente espiritual. La luz, para volver a ser luz, necesita extraviarse en caminos oscuros y valles de penumbra.” (Rafael Argullol. Pasión del dios que quiso ser hombre).
La luz se vuelve penumbra. Y en la oscuridad, nosotros, los hijos, llevamos la carga de la pregunta. Esa pregunta incesante que algunos, dicen, pueden contestar, pero que nadie, ni siquiera el padre, callado dentro de su misterio, nos responde.
Pero si nos desligáramos de ese sentir a dios como padre y lo sintiéramos como parte integrada de nuestra espiritualidad, conciencia nuestra de lo hermoso conseguido, como canta Juan Ramón, la pregunta se desvanecería en el aire y a ese dios, que parte de nuestro centro, ya no habría que nombrarlo. Pues “lo que está callado opera como una emanación del espíritu, y que en su pasar no persigue atribuir ningún nombre a nada, ningún significado; va desliéndose, no hay pregunta ni tentación por el lenguaje”, como nos dice Ramón Andrés. Así, al no necesitar nombrarlo, dios: lo innombrable, sería parte absoluta de nuestro ser. Parte igual, ni padre, ni hijo, ni hermano, ni redentor. Ya nada debe ser nombrado, pues nuestra necesidad de dios estaría cubierta por nosotros mismos.
La mirada ya no está en las estrellas, sino en nuestro corazón. Entonces mi evangelio son solamente miradas calladas. La historia ya la conocemos. Conocemos a los protagonistas, los hechos, los lugares, ya sean imaginados o verídicos. No hace falta repetirlos de nuevo. Mis dibujos nos miran en silencio. Solamente eso. No hace falta, para acercarse a dios, más que una mirada callada. Tal como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz nos enseñaron. Mis dibujos quieren ser mirada callada, nada más. Mi necesidad de dios es lo que carece de significado, lo que no se explica, lo que enmudece ante la tarde invernal y silenciosa sobre mi celda elegida. Lo que nombra sin decir ante el pino balanceándose por el viento en el camino. Callar y pasar.
Guillermo Martín Bermejo