Entreguerras, de David Trullo

“Esta es la historia más triste que he oído jamás”. Tan impactante frase es el conmovedor arranque de una de las más bellas e inteligentes novelas escritas en las primeras décadas del siglo XX, “El buen soldado”, siendo su autor el escritor inglés Ford Madox Ford. Publicada en 1915, en plena Gran Guerra, bien podemos calificarla, y sin errar demasiado, de ser una muy original y característica historia “de entreguerras”, pues su hacedor se adelanta en la compleja trama de la obra –nos describe desgarros, más que fragmentos, de un discurso amoroso de personajes que viven en el exilio de sí mismos- a ese raro e inquietante “verano indio” (lo podemos traducir en esta ocasión, olvidándonos de lo estrictamente meteorológico, como un fenómeno político donde la temperatura de la sinrazón no paraba de crecer) que se desarrolló en Europa entre 1918 y 1936. De ahí que la última muestra de David Trullo (Madrid, 1969), y sin nunca separarnos del frágil hilo narrativo que nos marca toda Realidad de lo Imaginario, lleva el cinematográfico y novelístico título de “Entreguerras” (en exhibición hasta el 28 de Julio en Factoria de Arte y Desarrollo), que a su vez puede desdoblarse en dos subtítulos no menos propios de una pantalla panorámica de las emociones, “Sin novedad en el frente” y “Los mejores años de nuestra vida”. En la medida de lo posible intentaremos clarificar, durante el desarrollo de este escrito, algunas ideas y apuntes expresados en este párrafo, y con el ánimo de situar la entera muestra que ahora comentamos en lo que yo calificaría de una política combativa de la emociones. Es decir, del amor, de la pasión, de la dignidad, de la cultura, de la sexualidad, de la vida…

 

Una de las series expuestas que posee mayor densidad metafórica (y también memorística) la conforman ‘Queer Brigade’ (retratos de soldados que participaron en la II Guerra Mundial delicadamente maquillados y mostrando en sus uniformes el triángulo rosa que se utilizaba en los campos de la muerte nazis para “catalogar” diferentes colectivos humanos, así los homosexuales), y que junto a ‘Gay Memorial’ (la fotografía de lo que podemos definir como un cementerio de la disidencia, y no únicamente sexual) desarrollan ambos trabajos una suerte de recordatorio irónico del duelo. Ahora bien, ese “duelo” está inteligentemente estructurado desde una realidad actual que utiliza el pasado únicamente como recurso creativo, como desplazamiento sentimental del significado, como ilusionismo referencial. Sobre este asunto resulta muy interesante conocer la opinión del artista: “Es importante repensar el futuro (y sobre todo el presente, añadimos aquí) a través de un pasado que hemos idealizando conforme hemos avanzado en derechos, siendo esos mismos derechos civiles los que vuelven a verse cuestionados de la misma forma que lo fueron en el siglo XX, en este caso mediatizados por el capitalismo tardío y la falsa ‘pax romana’ de las redes sociales”. Para el autor de “Entreguerras” se trata de poner el punto de atención (desde la refinada ironía de un pasado vivido solo como hecho cultural, y sin por ello dejar de comprometerse sentimentalmente con los horrores de ese pasado) en la turbia situación política (“ambiente prebélico”, a decir del artista, y de nuevo conviene hacer una aclaración: “ambiente prebélico” en tanto que inquietante similitud con el tenebroso periodo de entreguerras) que se ha manifestado en los últimos años en diferentes países de Europa, siendo el nuestro el último en incorporarse a esta nueva/vieja Política de la Infamia.

En un sentido puramente instrumental podemos expresar que “Entreguerras” es una agrupación (si utilizamos la palabra “acumulación”, su concepto, también sería válido) de diferentes instalaciones que utilizan la fotografía (la propia y la apropiada) y la cerámica -bien por separado, bien en una unión muy interesante y efectiva- como elementos generadores de un nuevo sentido más que como técnicas al servicio de una idea determinada. Si bien en la hoja de galería se nos dice que hay un interés por la “fotografía expandida” en muchas de las obras o instalaciones presentadas, yo me inclino a interpretar la utilización de la imagen reproducida haciendo uso del título de un ensayo magnífico de Víctor del Río: “Fotografía objeto – La superación de la estética del documento”. Pues más que “expandida” David Trullo utiliza la fotografía como una realidad “objetual” (es decir, como una singularidad discursiva) susceptible de ser transformada (es decir, “leída”) en lo que, en definitiva, es “Entreguerras”: una acción política (crítica, denunciadora) que hace suyo el irrenunciable sentido ideológico (sí, “ideológico”, eso que parece molestar tanto a las derechas) de toda creación artística que se respeta a sí misma. “Fotografía objeto”, ciertamente, es lo que contemplamos y sentimos en “Entreguerras”, pero también es una inteligente demostración del documento (toda fotografía, anónima o con autor reconocido, es indefectiblemente un documento visual) que superando su propia estética se ha transformado en otra realidad visual, en otra política de la disidencia, en otra acción comunicativa, en otro proceso de ética artística.

“Entreguerras” no desea ocultar, naturalmente y bien al contrario, que es una exposición de estética “queer” (marica), si bien mostrada y argumentada (si se sabe contemplar) con un interés y preocupación por que esa estética (la sexualidad, por supuesto, también es política al tratarse de una realidad humana pero también social y participativa) pueda interesar al mayor número posible de espectadores al margen de su preferencia sexual, y asumiendo la franca exhibición de lo que vemos, pues conviene recordar que las imágenes no producen su significado de forma inmediata aunque parezcan transparentes (como es el caso que nos ocupa), y requieren siempre de un, a veces, laborioso desciframiento de códigos ocultos. “Entreguerras” en una muestra inteligente, alegre, divertida y melancólica. Es, desde luego, profundamente política, tanto como para preocuparse, especialmente, por la disminución o cancelación de conquistas trabajosamente logradas. En definitiva, no desea que esas pérdidas nos hagan decir a todas y todos “que es la historia más triste que he oído jamás”. Por supuesto que no.

Luis Francisco Pérez. Julio 2019

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