Para sentirse como en Casa [Sostoa]
Llamo y nos abre la puerta. Estoy seguro de que ha mirado por la mirilla antes. Normal: es Su Casa.
Pedro Alarcón nos hace pasar. Casi todo es blanco y me siento inquieto. Quiero ver más, pronto, pero ha de hacer los honores a sus invitados.
Casa Sostoa huele a arte, a generosidad y a sinceridad por partes iguales.
De la mano de [su dueño/promotor/instalador/prescriptor/programador/comisario/mecenas] Pedro, descubrimos las distintas estancias y sus contenidos. La entrada queda como un lugar de paso. Las piezas de Verónica Ruth en el salón, que son como un listado de deseos; y en el comedor José María Escalona, que no termina de convencer, pero que invita con su primera obra, a visitar el resto.
Y caminamos hacia el Estudio, donde Escalona cumple lo que promete con su interpretación del paisaje una vez más. Allí es vigilado de reojo por una Súper M, que les protege, a él y a su primera hija.
Pasamos por el Corredor para llegar al Dormitorio de Invitados. Nos sorprenden los mosquitos custodios -que me he traído a nuestro espacio- atrincherados en una naturaleza «que se ha convertido en salvaje poco a poco«.
Pedimos ir al Baño por la curiosidad. Verónica nos presenta allí piezas escultóricas y acuarelas, que nos recuerdan que quizá estamos en una galería. Guillermo Marín Bermejo nos observa desde la Mampara de la Ducha, por si nos llegamos a despistar.
La Cocina -donde no se guisa- nos recuerda a restaurantes caros y minimalistas. Nuevamente Verónica se camufla en el ambiente con su lejana reinterpretación del Método Abramovich.
Finalmente tomamos conciencia de la Entrada, que reclama la atención que no pudimos prestarle -disculpas, Verónica- con tanta obnubilación al llegar a Casa Sostoa.
Gracias, Pedro. Por llevar a casa a Verónica y a José María; a Guillermo y a tantos otros. Gracias por abrirnos las puertas y hacer que nos sintamos como en Casa.
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