Hoja de Ruta para Gestores Culturales (I)
En nuestros complejos días, la gestión cultural supone un reto que se impone entre aquellos que quieren mantenerse, consolidarse o iniciarse en el sector.
Los antiguos modelos de empresas que, con una estructura más o menos dimensionada, conseguían desarrollar un número considerable de proyectos –en general para administraciones públicas o algunas excepciones privadas- han demostrado su inviabilidad desde hace años. La fluctuación de los volúmenes de negocio en el sector, unida a la creciente precariedad económica del mismo dificulta enormemente el mantenimiento de unos gastos fijos que ni siquiera justifican su necesidad en algunos momentos.
Igualmente, los establecimientos expositivos al uso desaparecen poco a poco si no son capaces de reaccionar y reinventarse por vías más o menos urgentes para afrontar la caída del mercado del arte y el distinto foco que los grandes compradores usan para elegir sus limitadas adquisiciones.
Los artistas, por su lado, auténticos supervivientes en un entorno complejo, necesitan –en este momento, como parte de su bagaje básico- ser su propio gabinete de comercialización de sus obras, como si de un hombre orquesta se tratara. Se requiere así que sean capaces no sólo de inventar y producir, sino de promocionar, situar, comercializar y comunicar su obra.
En nuestros complejos días, la gestión cultural supone un reto que se impone entre aquellos que quieren mantenerse, consolidarse o iniciarse en el sector.Los antiguos modelos de empresas que, con una estructura más o menos dimensionada, conseguían desarrollar un número considerable de proyectos –en general para administraciones públicas o algunas excepciones privadas- han demostrado su inviabilidad desde hace años. La fluctuación de los volúmenes de negocio en el sector, unida a la creciente precariedad económica del mismo dificulta enormemente el mantenimiento de unos gastos fijos que ni siquiera justifican su necesidad en algunos momentos.
Igualmente, los establecimientos expositivos al uso desaparecen poco a poco si no son capaces de reaccionar y reinventarse por vías más o menos urgentes para afrontar la caída del mercado del arte y el distinto foco que los grandes compradores usan para elegir sus limitadas adquisiciones.
Los artistas, por su lado, auténticos supervivientes en un entorno complejo, necesitan –en este momento, como parte de su bagaje básico- ser su propio gabinete de comercialización de sus obras, como si de un hombre orquesta se tratara. Se requiere así que sean capaces no sólo de inventar y producir, sino de promocionar, situar, comercializar y comunicar su obra.
En un escenario como el que describimos, resulta de utilidad hacer un análisis global, desde una altura que nos permita una razonable perspectiva. Solo así, podremos advertir que, como tantas veces ocurre, si el problema está convenientemente definido, la solución está implícita en su conceptualización.
Con frecuencia escuchamos y leemos discursos que responsabilizan a la escasez de recursos económicos de la situación en la que se encuentra en este momento el sector cultural. Los presupuestos son cada vez más ajustados y las actividades que se desarrollan más puramente testimoniales. Si a ello le sumamos la política fiscal y la ausencia de ayudas, obtenemos una ecuación que claramente tiene el aspecto de una cuenta de resultados negativa.
Más allá de lo necesario que resulta contar con recursos para poder desarrollar acciones que garanticen la puesta en marcha de iniciativas culturales, nuestra actitud como profesionales del sector contribuye a la perpetuación de problema. Resulta más aceptable poner la responsabilidad en algo que se atribuye a aquello que escapa a nuestro control que en lo que exige una solución por nuestra parte… [Continuará]
José Antonio Mondragón
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